sábado, 6 de julio de 2019

Capitulo III de las venas abiertas de América Latina

Las fuentes subterráneas del poder.

La economía norteamericana necesita los minerales de América Latina como los pulmones necesitan el aire 

El petróleo sigue siendo el principal combustible de nuestro tiempo, y los norteamericanos importan la séptima parte del petróleo que consumen. Para matar vietnamitas necesitan balas y las balas necesitan cobre: Los Estados Unidos compran fuera de fronteras una quinta parte del cobre que gastan. La falta de cinc resulta cada vez más angustiosa: cerca de la mitad viene del exterior. No se puede fabricar aviones sin aluminio, y no se puede fabricar aluminio sin bauxita: Los Estados Unidos casi no tienen bauxita. 
Esta dependencia determina una identificación también creciente de los intereses de los capitalistas norteamericanos en América Latina con la seguridad nacional de los Estados Unidos. La estabilidad interior de la primera potencia del mundo aparece íntimamente ligada a las inversiones norteamericanas al sur del Rió Bravo. 
Se van debilitando, las respuestas que el subsuelo nacional es capaz de dar al desafió del crecimiento industrial de los Estados Unidos. 


El subsuelo también produce golpes de estado, revoluciones, historias de espías y aventuras en la selva amazónica. 

En Brasil, los esplendidos yacimientos de hierro del valle de Paraopeba derribaron dos presidentes, Janio Qadros y Joao Goulart, antes de que el mariscal Castelo Branco, que asalto el poder en 1964, los cediera amablemente a la Hanna Minino Co. Otro amigo anterior del embajador de los Estados Unidos, el presidente Eurico Dutra, había concedido a la Bethelem Steel, algunos años antes, los cuarenta millones de toneladas de manganeso del estado Amapa, por ciento para el Estado sobre los ingresos de exportaciones; desde entonces, Bethelem esta mudando las montañas a los Estados Unidos con tal entusiasmo que se teme de aquí a quince años Brasil quede sin suficiente manganeso para abastecer su propia siderurgia. 
Los minerales tuvieron mucho que ver con la caída del gobierno del socialista Cheddi Jagan, que a fines de 1964 había obtenido nuevamente la mayoría de los votos en lo que entonces era la Guayana británica. 
Para abastecerse de la mayor parte de los minerales estratégicos que se consideran de valor critico para su potencial de guerra, los Estados Unidos dependen de las fuentes extranjeras. 
El congreso Brasileño pudo realizar una investigación que culmino con un voluminoso informe sobre el tema. En el se enumeran caso de venta o usurpación de tierras por veinte millones de hectáreas, extendidas de manera tan curiosa que forma un cordón para aislar la Amazona del resto de Brasil. 


Un químico Alemán derroto a los vencedores de la guerra del Pacifico. 

La historia del salitre, su auge y su caída, resulta muy ilustrativa de la duración ilusoria de las prosperidades latinoamericanas en el mercado mundial: El siempre efímero soplo de las glorias y el peso de siempre perdurable de las catástrofes. 
A mediados del siglo pasado, las negras profecías de Malthus planeaban sobre el Viejo Mundo. La población europea crecía vertiginosamente y se hacia imprescindible otorgar nueva vida a los suelos cansados para que la producción de alimentos pudiera aumentar en proporción pareja. 
La oligarquía de Lima, soberbia y presuntuosa como ninguna, continuaba enriqueciéndose a manos llenas y acumulando símbolos de su poder en los palacio y los mausoleos de mármol de Carrara que la capital erguía en medio de los desiertos de arena. 
La explotación del salitre rápidamente se extendió hasta la provincia boliviana de Antofagasta, aunque el negocio no era boliviano sino peruano y, más que peruano, chileno. Cuando el gobierno de Bolivia pretendió aplicar un impuesto a las salitreras que operaban en su suelo, los batallones del ejército de Chile invadieron la provincia para no abandonarla jamás. 
El salitre y el yodo sumaban el cinco por ciento de las rentas del Estado chileno en 1880; diez años después, más de la mitad de los ingresos fiscales provenían de la exportación de nitrato desde los territorios conquistados. 
Al abrirse la década del 90, Chile destinaba a Inglaterra las tres cuartas partes de sus exportaciones, y de Inglaterra recibía casi la mitad de sus importaciones; su dependencia comercial era todavía mayor que la que por entonces padecía India. 
Entre 1886 y 1890, bajo la presidencia de José Manuel Balmaceda, el estado chileno realizo los planes más ambiciosos de toda su historia.



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