sábado, 6 de julio de 2019

Cartas a quien pretende enseñar

Paulo Freire forma parte de los pedagogos más reconocidos del siglo XX. Nació en Brasil en 1921, fue profesor de escuela y con su revolucionario método de enseñanza atrajo a los analfabetos al proceso de educativo, con un marcado carácter humanizador y político. Entre sus numerosos reconocimientos destacan el premio de la UNESCO de Educación para La Paz en 1986 y el premio Andrés Bello de la Organización de los Estados Americanos.
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Este libro es dirigido a las maestras y maestros, a quienes el autor pretende dar herramientas para que hagan de su práctica cotidiana una experiencia liberadora, en la cual se forme en la democracia, en la ciudadanía y en la dignidad, resaltando así el valor de su profesión y no relegándola al solo ejercicio de transmitir conocimientos o su palabras del autor “la educación bancaria”. Freiré muestra en él narra con un lenguaje sencillo sus experiencias personales en el ámbito educativo, ilustrando a través de ellas el derecho que tiene todo educador a ser humano y como tal a ser sensible, a ser consciente de la realidad que le rodea, a equivocarse y reivindicarse a través de la contribución que hace a la transformación de su contexto.
La primera carta de Freire hace referencia a dos aspectos que considera importantes para aquel que pretende enseñar. El primero de ellos hace habla acerca de la relación que existe entre enseñar y aprender y el segundo habla de la necesidad de leer el mundo y la palabra. Con respecto al primero deja claro que enseñar y aprender no son relaciones unidireccionales, que no existe la una sin la otra y que son procesos no implicados. Lo cual significa que no siempre que se enseña se aprende, así como se aprende sin que se enseñe. Según Freire a los actos de enseñar y aprender se le debe dar un significado crítico ya que el educador al sentirse humilde y abierto, se encuentra en la posibilidad de repensar lo pensado. En este sentido quien enseña aprende y aprende porque enseña.
En la segunda carta Freire afirma que para superar el miedo debemos reflexionar sobre aquello que nos lo causa, conocer su raíz del problema y así poder enfrentarlo. De alguna manera el miedo es un mecanismo de defensa frente a las situaciones en las que no estamos seguros, y que de alguna manera como personas cuando no afrontamos el miedo desarrollamos tendencias que definen nuestros comportamientos. Es así, que en nuestro entorno educativo en las aulas de clase es común que tanto docentes como estudiantes sientan miedo frente a lo que pasará, en el caso de los estudiantes si no se responde de manera acertada y en el caso de los docentes miedo a los cuestionamientos de los estudiantes.
La tercera carta de Freire se refiere a todas aquellas personas que por alguna razón, ajena al deseo de enseñar y aprender se preparan en cursos de pedagogía. Freire explica que llegar al magisterio como quien “se refugia bajo una marquesina esperando que pase la lluvia” realizando la labor mientras se presentan otras oportunidades es causal de un inevitable fracaso. En primer lugar porque se asume en la labor del magisterio como tios o tias y en muchos casos como abuelos, como aquellos que cuidan los niños sin recibir nada a cambio, sin dignificación laboral, sin importancia por lo que se hace, sin luchar por sus derechos de docente. Se trata entonces de la formación académica y política de individuos en la que un docente poco preparado aporta al fracaso de sus estudiantes aunque no obligatoriamente signifique lo contrario pero se puede aportar positivamente a su formación con seriedad, responsabilidad y ejemplo de lucha. 
En el cuarto capitulo Freire indica algunas cualidades que todo maestro debe tener, humildad, amorosidad y tolerancia; las describe y explica las implicaciones de cada una de ellas. La humildad, sin necesidad de mal interpretar cuando se acepta a los demás o cuando se dá el brazo a torcer la humildad no es más que reconocer no se conoce todo y que a su vez nadie lo sabe todo, la humildad permite que escuchemos al otro sin el sentimiento superioridad y soberbia, sin permitir que me humillen y sin humillar, abierto a aprender y enseñar; en este sentido, Freire rechaza el autoritarismo
En la quinta carta  describe la experiencia que vive el docente y los estudiantes ese primer día de clase, es una primera vez llena de inseguridades y temores. Dice Freire que el miedo que se siente el primer día de clase se debe afrontar y asumir de la manera más natural pues, los estudiantes también sienten el miedo frente a qué vendrá. Es usual que el primer día de clases los docentes por miedo, se muestren rígidos y autoritarios coartando procesos y aumentando el miedo e inseguridad en los estudiantes.
Esto es lo que podemos ver en las primeras 5 cartas que contiene el libro. 

Desde las primeras páginas de Cartas a quien pretende enseñar se percibe el compromiso ético-político del autor en su necesidad de escribir y transmitir como herramienta para cambiar la realidad social en la que vivimos. Encontraremos diez cartas escritas a los y las docentes donde se habla sin tapujos sobre las aspectos más delicados de la práctica educativa.


Capitulo III de las venas abiertas de América Latina

Las fuentes subterráneas del poder.

La economía norteamericana necesita los minerales de América Latina como los pulmones necesitan el aire 

El petróleo sigue siendo el principal combustible de nuestro tiempo, y los norteamericanos importan la séptima parte del petróleo que consumen. Para matar vietnamitas necesitan balas y las balas necesitan cobre: Los Estados Unidos compran fuera de fronteras una quinta parte del cobre que gastan. La falta de cinc resulta cada vez más angustiosa: cerca de la mitad viene del exterior. No se puede fabricar aviones sin aluminio, y no se puede fabricar aluminio sin bauxita: Los Estados Unidos casi no tienen bauxita. 
Esta dependencia determina una identificación también creciente de los intereses de los capitalistas norteamericanos en América Latina con la seguridad nacional de los Estados Unidos. La estabilidad interior de la primera potencia del mundo aparece íntimamente ligada a las inversiones norteamericanas al sur del Rió Bravo. 
Se van debilitando, las respuestas que el subsuelo nacional es capaz de dar al desafió del crecimiento industrial de los Estados Unidos. 


El subsuelo también produce golpes de estado, revoluciones, historias de espías y aventuras en la selva amazónica. 

En Brasil, los esplendidos yacimientos de hierro del valle de Paraopeba derribaron dos presidentes, Janio Qadros y Joao Goulart, antes de que el mariscal Castelo Branco, que asalto el poder en 1964, los cediera amablemente a la Hanna Minino Co. Otro amigo anterior del embajador de los Estados Unidos, el presidente Eurico Dutra, había concedido a la Bethelem Steel, algunos años antes, los cuarenta millones de toneladas de manganeso del estado Amapa, por ciento para el Estado sobre los ingresos de exportaciones; desde entonces, Bethelem esta mudando las montañas a los Estados Unidos con tal entusiasmo que se teme de aquí a quince años Brasil quede sin suficiente manganeso para abastecer su propia siderurgia. 
Los minerales tuvieron mucho que ver con la caída del gobierno del socialista Cheddi Jagan, que a fines de 1964 había obtenido nuevamente la mayoría de los votos en lo que entonces era la Guayana británica. 
Para abastecerse de la mayor parte de los minerales estratégicos que se consideran de valor critico para su potencial de guerra, los Estados Unidos dependen de las fuentes extranjeras. 
El congreso Brasileño pudo realizar una investigación que culmino con un voluminoso informe sobre el tema. En el se enumeran caso de venta o usurpación de tierras por veinte millones de hectáreas, extendidas de manera tan curiosa que forma un cordón para aislar la Amazona del resto de Brasil. 


Un químico Alemán derroto a los vencedores de la guerra del Pacifico. 

La historia del salitre, su auge y su caída, resulta muy ilustrativa de la duración ilusoria de las prosperidades latinoamericanas en el mercado mundial: El siempre efímero soplo de las glorias y el peso de siempre perdurable de las catástrofes. 
A mediados del siglo pasado, las negras profecías de Malthus planeaban sobre el Viejo Mundo. La población europea crecía vertiginosamente y se hacia imprescindible otorgar nueva vida a los suelos cansados para que la producción de alimentos pudiera aumentar en proporción pareja. 
La oligarquía de Lima, soberbia y presuntuosa como ninguna, continuaba enriqueciéndose a manos llenas y acumulando símbolos de su poder en los palacio y los mausoleos de mármol de Carrara que la capital erguía en medio de los desiertos de arena. 
La explotación del salitre rápidamente se extendió hasta la provincia boliviana de Antofagasta, aunque el negocio no era boliviano sino peruano y, más que peruano, chileno. Cuando el gobierno de Bolivia pretendió aplicar un impuesto a las salitreras que operaban en su suelo, los batallones del ejército de Chile invadieron la provincia para no abandonarla jamás. 
El salitre y el yodo sumaban el cinco por ciento de las rentas del Estado chileno en 1880; diez años después, más de la mitad de los ingresos fiscales provenían de la exportación de nitrato desde los territorios conquistados. 
Al abrirse la década del 90, Chile destinaba a Inglaterra las tres cuartas partes de sus exportaciones, y de Inglaterra recibía casi la mitad de sus importaciones; su dependencia comercial era todavía mayor que la que por entonces padecía India. 
Entre 1886 y 1890, bajo la presidencia de José Manuel Balmaceda, el estado chileno realizo los planes más ambiciosos de toda su historia.